6 sept 2010

Bórralo

Y llega la hora de borrarlo todo, como si nada hubiera sucedido. Hace cinco días era lo que más querías, lo más importante. Ahora no es nada. Tan sólo debe desaparecer. Que nadie se dé cuenta de que hubo algo o la has cagado, porque entonces la gente comenzará a hacerte preguntas; ‘¿era ese?’,‘he visto la foto, ¿cómo os va?’ o ‘¿qué ha pasado, cielo?’. Y, desde luego, eso no es lo que quieres. Si puedes borrar el pasado, ¿por qué no hacerlo?. ¿Qué más da que todo fuera bonito hasta el final? ¿qué más da que la hayas cagado tú y quieras esconderlo? ¿qué más da que sea un cabrón? Lo importante es deshacerte de todo para sentirte mejor. Sí, mucho mejor. Ahora estás más satisfecho, liberado. Crees que con eso todo se ha borrado, ¡pero no! También tienes que borrar los textos, las entradas, los recuerdos, los pensamientos. Debes borrar la mitad de tu vida sólo para dejar de pensar en ello. ¿Y qué tiene de malo pensar en ello? ¿por qué mirar el mal lado de la situación? Si una vez disfrutaste haciendo todo eso, ¿qué más da que ahora ya no lo tengas?

21 ago 2010

Cenizas

Se queda mirando al fuego que acaba de morir en la chimenea del salón. Pequeñas chispas aún siguen vivas entre los escombros del hogar. Al poco rato, sólo las cenizas siguen en pie luchando por no desaparecer.

Y entonces recuerda todo lo que ha quemado y destruido en su corazón; tantas fotos, palabras, miradas, encuentros, textos. Tantas cosas que poco a poco fueron quedando atrás, en un lejano y segundo plano. Tantas cosas buenas y malas. Por eso mismo decidió destruirlas; adiós a aquel tormento, a aquel peso que le hacía pensar que todo era culpa suya, a aquello que le hizo daño y dejó huella en ella. 

Adiós a todo eso, porque ahora tiene una llama a la que realmente vale la pena alimentar y mantener encendida hasta que escasee la leña. Nuevos recuerdos, fotos, palabras, miradas, encuentros, textos. Nuevos elementos componen el fuego de la chimenea, destruyendo las cenizas que aún persistían de los antiguos retales de su memoria.

Sigue observando aquellos escombros que se acumulan en ese espacio del salón y que están a punto de perderse entre la basura. Con una pizca de nostalgia, recoge esos restos y los tira lentamente a la papelera de la cocina. Tras cerrarla bien, coge las llaves de la casa y pide un taxi que la lleve al aeropuerto en busca de más leña. 

8 ago 2010

Hace dos semanas

Una pluma cae. Un coche arranca, desaparece entre la luz. Unas alas se cortan. Unas partículas de recuerdos se escurren entre los viejos recovecos de aquellas plumas. Un largo suspiro. Un recordar doloroso. Una pausa que no se sabe bien cuánto durará.

Caen más plumas, cada una con un recuerdo distinto. Aquella madrugada, aquella tarde, aquella noche, aquella mañana, aquel atardecer. Todo lo que habían vivido. Cada paso. Cada momento. Cada detalle. Cada encuentro. Un juramento inquebrantable. Una promesa. 

El coche se aleja rápidamente. ¿Volverá? Lo duda. ¿Regresará? Quizá si hay algo que le haga volver. ¿Lo hay? Es posible, pero quizá no es suficiente. Nunca es suficiente. Jamás hay recuerdos suficientes para abastar el espeso plumaje. Todavía hay plumas vacías a la espera de ser llenadas con un nuevo retal del tiempo. Pero deberán esperar pacientes, hasta que las agujas del reloj vuelvan a girar y les permitan seguir con el paso de la vida. De la vida que ella ha elegido. De la vida que van a darle. De las luminosas plumas que alumbrarán su oscuro camino.

Sus ojos divisan, entre las plumas caidas, aquel marchar. Duele. Rompe. Desgarra. Hace sangrar su interior. Pero sabe que es una pausa, un parón en el tiempo. Un doloroso suspiro que aguantará con la boca abierta incluso dos semanas después, dos meses después, dos años después. Incluso cuando no quede nada. Un doloroso suspiro que soportará hasta que deje de tener motivos para hacerlo. Hasta que dejen de quererla. 

4 jul 2010

A la vuelta de la esquina

Cualquier día puedes desaparecer. A la vuelta de la esquina te está esperando un asesino. Un violador. Un atracador. Un psicópata. Un loco. Un accidente de coche. Cualquier día dejarás de verlos a todos, pasarás a ser un cartel pegado en todos los postes del barrio. Y al cabo de un tiempo, quedarás en el olvido. Nadie te recordará. No serás nada. Sólo uno más.

¿Qué harás cuando veas la muerte? ¿y cuando te des cuenta de que todo termina ahí? ¿Te arrepentirás de no haber echo nada? ¿o quizá de hablero echo todo? Quizá debiste aprobechar cada instante, cada momento, cada palabra que salía de tu boca, cada paso que dabas. Y no olvidarlo, no darle poca importáncia. Pero ya será tarde. No podrás volver atrás y evitar salir de tu casa.

Todo habrá terminado, pero será decisión tuya que el día a día que hayas creado permanezca en la história para siempre o se borre del mundo.  

26 jun 2010

Reencuentro

De pronto el móvil comenzó a bibrar sobre la mesa. Antes de que pudiera contestar a la llamada, ella ya había colgado. Salió corriendo de la casa para buscarla. Quizá había llegado ya.

Pero no había nadie. Sus ojos no captaban la silueta de su chica. Rendido, se dio la vuelta girando sobre sus talones para volver a entrar en la casa y seguir esperando el momento. Pero entonces allí estaba ella, apoyada contra la pared de su hogar. Una sonrisa se dibujó poco a poco en la cara de la muchacha. Ninguno de los dos dio ningún paso, ninguno respiró, ninguno habló. Un largo cruce de miradas tuvo lugar. Miradas que hacía siglos que no se encontraban, que no hablaban, que no se unían. Entonces él recorrió los pocos metros que lo separaban de ella para abrazarla lo más fuerte que pudo. Después de mucho tiempo podía volver a sentir su esencia, su tacto, su voz.

-Te he echado tanto de menos -le susurró ella al oído.

El chico dejó de hundir su rostro en el cabello de la muchacha para mirarla. Le acarició suavemente la mejilla mientras sus ojos volvían a encontrarse con la mirada que ya creía perdida. No necesitaba palabras ni lágrimas. Ella ya lo sabía todo. Ambos lo sabían.

Con un suave beso selló aquel reencuentro que tantas noches había soñado vivir.

19 jun 2010

Otro lugar más

No,  no llueve. No, tampoco está nublado. Tampoco hace un sol abrasador. No es un bonito paisaje de verano o primavera. Tampoco es una nevada partícula del hnvierno. No es más que otro día normal envuelto por el común aroma de las montañas. Un sol apagado ilumina el lugar. No es un gran lugar. Tampoco es famoso ni tiene muchos monumentos. Es otro pueblo. Uno más. Es otro día. Uno más del montón. No, no quiere decir que no me guste. No me desagrada. Me encanta. Tú no estás aquí. Tampoco lo estoy yo. No está nadie. Ni siquiera el susurro del viento permanece. Pero sé que estarás. Y sé que estaré. Como siempre. Como cada año, día, minuto, segundo. Como cada evanescente existencia que ronda por allí.

Un día normal, un pueblo común. Nada sale mal. Nada sale bien. Todo tiene sentido. Todo carece de ignorancia. Pero faltan días, veranos, inviernos, segundos, personas, suspiros, sonidos, lluvias. Falta mucho, muchísimo, para que algo tan normal pase a ser una fantasía palpable con nuestras almas. Quizá no lo sea nunca. Puede que no lo intente. Probablemente lo haga. Grita. Llora. Canta. Que tu voz llegue hasta allí. No dejes que caiga en el olvido. Recuerda esos días normales. No olvides qué te llevó hasta allí. Guarda el recuerdo en un cajón. El que tienes al lado de la cama, en el dormitorio. Imprime en esas páginas cada rincón del lugar. No permitas que cambie.    

8 jun 2010

Don't

You must don't die for me, don't live for me. Don't cry for me, don't smile for me. Don't exist for me, don't disappear for me. Don't stay away from me, don't stay near to me. Don't belong to me. Don't wait for me. Don't think about me. Don't believe me. Don't talk to me. Don't forget me. Don't dream about me. Don't trust anything I said.

6 jun 2010

Perdiendo a Romeo

No recordaba nada desde aquel lluvioso mediodía de febrero. Ahora, se sentía como la desesperada Julieta que había perdido a su Romeo sin saber cómo recuperarle, aunque no sabía si realmente quería traerlo de vuelta.

Cuando se despertó a las tres del mediodía se sentía muy mareada y fue a vomitar al baño. Le costó bastante encontrarlo. Se lavó la cara y comenzó a pensar. ¿Qué le pasaba? ¿Por qué no recordaba nada de lo que había hecho? Su mente estaba vacía de recuerdos. Desesperada, buscó por la casa cualquier indicio que le permitiera recordar quién era, qué había hecho en su vida y el porqué de su existencia. Encontró su cartera con el DNI sobre una mesa que había en el comedor; se llamaba Juliette y había nacido en Nueva York. Descubrió entonces que debía encontrarse en su ciudad natal en esos momentos, y no se le ocurrió otra cosa que salir a la calle, aún sabiendo que se iba a perder, para tratar de encontrar cualquier persona o lugar que le devolviera sus recuerdos.

Tras atravesar el jardín que daba la bienvenida a la casa, se encontró con una enorme avenida no muy llena de gente. Aún así, un par de adolescentes ataviadas con capas hasta las rodillas pero que dejaban entrever largos vestidos de volantes, comenzaron a chillar y corrieron hacia donde ella se encontraba sin que tuviera tiempo de reaccionar. El chico que las acompañaba, vestido con ropa ancha y un estilo muy diferente al de las otras desconocidas, sacó una cámara de fotos profesional y les tomó una. Las chicas le dieron las gracias mil veces y se alejaron al poco rato. Juliette no entendía nada. ¿Quería decir eso que era famosa? Pero el resto de personas que deambulaban por la avenida no parecían reconocerla.

Al ver que el dolor de cabeza no cesaba, decidió que la mejor opción era acudir al hospital más cercano. Como no tenía ni idea de dónde había uno, entró en una pequeña agencia de viajes que había al final de la calle y robó una guía turística mientras la secretaria de la entrada estaba distraída. Al llegar al centro sanitario la atendieron rápidamente y le hicieron una prueba de sangre y un par de radiografías.

-Hemos encontrado restos de cocaína en su sangre, cosa que pudo causarle la pérdida de conocimiento de la que padecía antes de despertar –le informó el doctor-. Además, tiene una fuerte contusión en el cráneo que le debió causar la pérdida de su memoria. Lo mejor será que se quede aquí esta noche mientras nosotros tratamos de localizar algún amigo o familiar suyo.

Dicho esto, se retiró y ella intentó conciliar el sueño. Pero a las ocho de la noche la puerta de la habitación se abrió, dejando paso a una mujer pelirroja de unos veinte años que iba acompañada de una enfermera.

-Señorita Juliette, hemos localizado a su compañera de piso. Las dejo solas –dijo la auxiliar.

Salió de la sala y ambas se miraron. Le sonaba la cara de la recién llegada, su nombre debía comenzar por D…

-Hola, Juliette, ¿cómo te encuentras? –preguntó la joven después de sentarse en la silla que estaba situada al lado de la camilla-. Soy Dafne, tu mejor amiga desde la infancia. Ahora que estás aquí y no recuerdas nada, debo explicarte tu historia para tratar de hacerte recordar algo. Tu vida nunca fue desastrosa, pero hace un año comenzaron los problemas. Hace tres años formaste un grupo de metal sinfónico con cuatro compañeros de la universidad, y en un año ya habíais conseguido un contrato discográfico con una prestigiosa compañía. De este modo, os hicisteis muy famosos entre el minoritario grupo de gente a la que le gusta ese tipo de música. Pero, lamentablemente, llegó un momento en el que tu papel como compositora y guitarra principal se te subió a la cabeza y terminaste como suelen hacerlo muchos artistas: drogándote. Al principio eran un par de rayas al mes para desconectar un poco, pero vuestro bajista, Ronnie, murió por sobredosis uno de esos días. Entonces las cosas fueron de mal en peor. Decidisteis continuar con la banda, pero tras componer el último tema los miembros restantes comenzaron proyectos paralelos con otros grupos. A las tres semanas de la muerte de Ronnie, tu hermano menor murió de un infarto, dejando tu vida definitivamente por los suelos. Dejaste de lado el grupo y te pasabas los días en casa drogándote cada vez más y más. Intenté impedir que te hicieras más daño, pero parecía imposible; ya no eras la misma –hizo una pequeña pausa y, después de tomar un sorbo de agua, continuó-. Esta tarde, cuando he vuelto a casa, me he asustado muchísimo al ver que no estabas. Llamé a la policía y me dijeron que estabas aquí.

Terminó con la explicación y Juliette se quedó callada, pensando. Si lo que Dafne decía era cierto, eso explicaba muchas cosas.

-Supongo que hoy, después de hacer lo mismo de siempre, te mareaste y te diste en la cabeza con el mueble de la cocina –añadió la pelirroja.

Juliette continuó en silencio, puesto que no sabía qué decir o cómo reaccionar.

-Escúchame, Juliette –dijo entonces Dafne, sacándola de su trance y con un tono más serio que el anterior-. No le des más vueltas a esto. Ahora tienes la oportunidad de emprender un nuevo camino, comenzar una nueva vida y dejar atrás los errores del pasado. Dispones de la oportunidad de volver a vivirlo todo; repetir tu primera canción, tu primer paseo, tu primer beso, tu primer cumpleaños… Reescribe tu historia, Juliette, para poder ser feliz.

-Pero… -habló por fin la desmemoriada-, ¿qué hay de mi familia? ¿Y el resto de mis amigos?

-Los perdiste a todos por el camino. ¿Entiendes ahora por qué te digo que tomes esto como una oportunidad y uno una desdicha?

-Sí, pero entonces, ¿qué debo hacer ahora?

-Yo estaré a tu lado, como siempre. Cuando te recuperes volveremos a casa e intentaremos comenzar de nuevo.

Su amiga le tomó la mano delicadamente y ella se relajó. Ahora que recordaba una pequeña parte de sus memorias, sabía qué debía hacer. Gracias a aquel desastroso incidente tenía la oportunidad de rectificar, de ser otra persona. Sentía que, en el pasado que había perdido, había sido la Julieta de Shakespeare. Una chica que, al perder lo único que tenía y lo que más quería, su Romeo, su vida, había decidido borrarlo todo inconscientemente con algo parecido al veneno y la muerte. Entonces, sólo debía buscar un nuevo Romeo, uno mejor. Una nueva vida.

3 jun 2010

Goma indomable

Porque nunca se terminaría, ¿verdad? La historia se repetiría cientos de veces hasta que alguno partiera hacia otro mundo o dimensión. Tan difícil alejarse, tan fácil acercarse; era como una fuerte goma elástica. Una de aquellas gomas que nunca se rompen aunque lo estés deseando porque ya te estás hartando de ella. Demasiado fuerte para romperse, demasiado elástica como para darla de sí, demasiado pura como para domarla.

Con unas buenas tijeras intentará cortar los elásticos hilos que unen el resto de fibras. Pero, a veces, destrozar algo no es tan sencillo como parece. Sobretodo si no quieres destruirlo.

22 may 2010

Cartas peligrosas

-Jajajaja! -rió Seth tras leer la carta.

-A mí no me hace ni puta gracia -contestó Lizzy fríamente.

-Oh, vamos, Lizzy, no me digas que te has tomado en serio esta carta tan cómica. Seguro que fue algún niño aburrido o algún subnormal de la clase, puesto que ya no saben cómo divertirse y emplean el método de mandar notas amenazadoras. Tú no te preocupes, nadie te matará si vas mañana al colegio.

-¿Y si es cierto, Seth? ¿y si mañana voy y muero?

-Vamos a ver; cada vez que sales a la calle corres el peligro de morir aplastada por una gran mazeta, de encontrarte con un loco con pistola en mano, de que te atropelle un coche... el mero echo de existir ya es un peligro para ti y el resto de seres vivos. Por lo tanto, si con todo ese peligro continuas saliendo al mundo sin miedo cada día, debes hacer lo mismo en esta situación. Además, si la amenaza fuera real, se la podrían haber currado un poco más, ya que esta carta con papel de libreta es un poco cutre.

-De todos modos, fingiré estar enferma para no asistir a clases mañana, por si acaso.

Pasaron el resto de la tarde charlando sobre otros asuntos. Al llegar la noche, Lizzy se acostó pronto sin dejar de pensar y soñar en lo que podía suceder mañana si iba al colegio. 

El despertador no sonó aquel día. La muchacha se despertó a las once del mediodía y su casa estaba vacía. Bajó a la cocina a por algo para desayunar, y reparó en una postal que había encima de la encimera. Era otra nota del amenazador desconocido.  Se le puso la carne de gallina. ¿Cómo la había podido dejar ahí?
"Buenos días, Lizzy. ¿Cómo has dormido? veo que hiciste caso de mi anterior carta, pero esto no termina aquí, el juego no ha llegado a su fin aún. De hecho, no terminará hasta que te vea muerta, aunque para ello deban pasar ochenta años. No me importa esperar. Lo siguiente que debes hacer es olvidarte de Seth, termina con esa amistad. Hoy."
'Lo que quiere este loco es destruir mi vida poco a poco', pensó ella. No sabía si debía tomarse en serio la nota ni quién era esa persona tan pesada, pero lo que sí sabía era que no pensaba  dejar escapar a Seth de su vida. Él era el mejor amigo que había tenido jamás y el único con el que podía confiar.

A las cuatro y diez, Seth llamó a la puerta de casa de Lizzy. Ella, temblorosa y llorando, abrió la puerta. Abrazó fuertemente a su amigo y él, sorprendido, la abrazó a su vez. 

-¿Qué pasa, Lizzy? -preguntó.

-Hay otra nota, en la encimera de la cocina -contestó entre sollozos.

Seth, en vista de las ganas de caminar que tenía su amiga, la cogió en brazos y la llevó hasta la cocina. La sentó encima de la encimera y cogió la postal que todavía seguía allí. La leyó y la volvió a dejar en su sitio. Miró fijamente a los aguados ojos de Lizzy.

-¿Qué piensas hacer? -preguntó.

-No voy a terminar con esto. Si le hago caso puede que este juego asqueroso no termine nunca. Tengo mucho miedo, y seguramente estas amenazas tan pobres son sólo el principio.

-Puedo quedarme esta noche a dormir si quieres, para que no estés sola.

-Gracias, Seth -respondió con una sonrisa.

El resto de la tarde lo dedicaron a jugar y ver en la televisión un par de películas. Después de cenar, vieron otro largometraje y Lizzy se quedó dormida mientras lo veían. Seth intentó conciliar también el sueño, pero a las dos de la mañana escuchó un ruido que provenía del recibidor. Unos pasos siguieron ese ruido, hasta que Seth los notó tan cercanos que encendió la luz del salón. En la puerta que daba la entrada a la estancia había una persona. Era Gilbert, el empollón de la clase que unos meses atrás se había declarado a Lizzy. Ella le había dado calabazas, y desde entonces apenas asistía a clase. 
Se le veía bastante mal. Su ropa estaba sucia, las gafas ralladas y el cabello se veía despeinado y un tanto asqueroso. En la mano tenía un compás. '¿Un compás? qué hombre más cutre', pensó Seth.

-Vete de aquí, Gil. ¿Cómo has entrado? -preguntó entre susurros para no despertar a su amiga.

-No pienso irme. No te importa cómo he entrado. Ella no hizo caso de mis advertencias, y éste es el resultado. Mejor muerta que sin mí -contestó el intruso con toda la tranquilidad del mundo, aunque se le veía tenso.

-Oye, Gil, debes ir al psiquiátra. Que Lizzy te diera calabazas no quiere decir que tengas que matarla, eso es una escusa muy pobre para consumar tu locura. Sal de aquí y fingiré que no he visto nada.

El interpelado comenzó a caminar lentamente hacia la chica, que dormía profundamente al lado de Seth. Antes de que llegara a su destino, el muchacho le dió una patada que le hizo caer al suelo. Le quitó el compás -que por cierto, era de muy mala calidad- y agarró el teléfono para llamar a la policía. En esto, Lizzy se despertó y emitió un desgarrador grito al ver la escena que se desenvolvía ante sus ojos. Gil se había levantado e intentaba sin existo alguno pegar a Seth. Este último era muchísimo más fuerte, y aunque le costó un poco, lo inmobilizó en el suelo. El absurdo asesino no dejaba de patalear para intentar soltarse, sin éxito alguno. A los quince minutos la policía se presentó en la casa.

Detuvieron a Gil, y Lizzy y Seth fueron a hablar con los agentes. Había demasiados para el simple caso que había tenido lugar. Mientras ella y su mejor amigo explicaban lo sucedido, alguien se situó sigilosamente detrás de Lizzy. Una fría y al mismo tiempo divertida voz le susurró al oido:

-Gilbert era tan solo un señuelo.

Con un rápido movimiento y sin que nadie se percatara de lo que estaba ocurriendo, rajó el cuello de la chica y se alejó lentamente de ella para luego desvanecerse entre la multitud. Seth sintió como el cuerpo de su amiga, que estaba a su lado, caia al suelo lentamente. Pudo ver como sus ojos estaban completamente abiertos y un hilo de sangre resbalaba por su cuello.

-¡Lizzy! -gritó.

La cogió antes de que el cuerpo llegara a tocar el suelo, pero ella ya carecía de vida. Seth la cogió en brazos y miró con sus llorosos ojos a su alrededor para encontrar al causante de aquella desgracia. Alguien sonreía desde la otra acera. El chico dejó a su amiga en los brazos del policía que no paraba de decirle que se calmase y le entregara a la chica para llevarla con la ambuláncia y salió corriendo hacia donde aquella persona se encontraba. Pero cuando llegó al lugar perseguido, ya no estaba. Se había desvanecido tan rápido como la vida de Lizzy.

25 abr 2010

Sucia venganza

Se arrastró sigilosamente por la pared de la cocina. Su objetivo se encontraba al otro lado. Apenas tenía unos segundos para actuar. Unos instantes que decidirían el rumbo de su vida para siempre.

-No, no podré ir mañana.. sí, tengo otros asuntos pendientes -decía la víctima hablando por teléfono al otro lado de la pared-. ¿Qué? Ni de coña; si no entrega todo el dinero no nos sirve para nada. Mátalo.

Se quedó quieto, meditando sobre lo que debía hacer. Tenía que matarlo, aunque no quisiera. Tenía que deshacerse del cuerpo, aunque no quisiera. Tenía que borrar todas las pruebas y no dejar rastro del crimen, aunque no quisiera. ¿Y todo porqué? Por venganza. Por una sucia venganza que no le devolvería a su hermano. 

Tres días atrás, su hermano mayor se había alojado en un barato y cutre hotel de Chicago para lidiar con algunos asuntos personales, la mayoría relacionados con problemas económicos difícilmente solucionables. Desgraciadamente, le debía demasiado dinero al hombre que estaba apunto de morir. Y en asuntos que escapan a los conocimientos de la ley, si no pagas con dinero, pagas con vida. Su hermano tan solo le había pedido una semana, un corto periodo de tiempo para tratar de reunir el pastón. Pero él se negó; quería el dinero, y lo quería ya. Apenas esperó un par de días para mandar a un par de matones a sueldo para que lo arrinconaran en un callejón al salir del súper y le vaciaran todo el cargador de sus pistolas en las entrañas. ¿Qué ganaba el Cobrador de la Muerte con ello? Nada; sólo la satisfacción de haber pagado lo que le debían de algún modo.

-Haz lo mismo que con el otro gilipollas -continuaba hablando la presa-; la última vez salió bien, así que ningún problema. Pero la próxima vez vigila que no se nos endeuden tanto, que sino terminaremos en la ruina...

Dio un portazo a la puerta que daba al salón y apuntó a su víctima. El hombre colgó el teléfono y se puso en pie. Su mirada delataba el miedo que recorría su cuerpo, a pesar de que en su voz intentaba mantener la calma.
-¿Quién eres? ¿Qué quieres? -preguntó.

-Tú mataste a mi hermano -se limitó a decir.

-Él se lo buscó, era un bastardo. Antes de endeudarte, piensa en los intereses y si podrás devolverlo todo. 

Aquellas palabras le nublaron la vista y la pena que podía sentir por aquel hombre. Apretó el gatillo sin decir nada más. Por suerte le había puesto el silenciador al arma. Sin perder un segundo, cogió el cadáver en brazos y lo sacó del piso tras limpiar un poco la sangre que se había derramado en la moqueta. Lo metió cuidadosamente en el maletero envuelto en una bolsa de basura. No tenía experiencia en crimenes, pero la televisión siempre nos enseña a manejar situaciones desconocidas. 

Condució hasta el desguace de las afueras de la ciudad; rompió el candado de la valla con un extraño aparato que había encontrado en un drogería y se coló junto con el inerte cuerpo. Lo escondió entre un montón de chatarra. La intención era que tardaran en encontrarlo y que las ratas trataran de borrar las pocas huellas que el asesino podía haber dejado. Un poco de fuego no hubiera ido mal, pero no podía arriesgarse a armar tanto jaleo.

Salió del desguace cuando comenzaban a atisbarse las primeras luces del alba en el horizonte. El día pronto le devolvería la conciencia y, probablemente, se entregaría a la policía. Había cometido un delito y realizado una barbaridad; se había rebajado hasta el nivel del difunto. Comenzaba a sentirse tan asqueroso como la vida que le esperaba.

11 abr 2010

Hasta el final

Nunca hubiera imaginado que tendría tantas ganas de vivir. Ahora, era ella la que se aferraba fuertemente a los latidos de su corazón para que éste no dejara de palpitar. Sabía que su final se aproximaba más cada segundo que dejaba pasar y que, tiempo atrás, hubiera dejado que su alma se escapara de su cuerpo para siempre y así poder dejar este maldito mundo. Pero las cosas habían cambiado. ¿Por qué cuando tenía un motivo para vivir debía partir hacia el eterno infierno?

Apretó con fuerza la mano que sostenía la suya con una desesperada dulzura. No quería ni imaginar que probablemente aquélla sería la última vez que sentiría su tacto, su compañía, su cariño. Notaba como poco a poco sus dedos perdían la fuerza, como su existencia se escurría entre ellos y con ella, los recuerdos comenzaban a desvanecerse lentamente. Recuerdos oscuros, tristes, alegres, melancólicos, lejanos, próximos y felices.

Intentó abrir un poco los párpados cuando tristes lágrimas mojaron su cara. Nunca le había visto llorar de aquél modo. Él, su motivo de existir, luchar y sobrevivir, lloraba como un niño pequeño al que le han quitado su preciado caramelo. Un caramelo que estaba a punto de perder. ‘No me dejes, Jas, no me dejes, por favor’, susurraba desesperadamente. Al verle aquel triste semblante una ola de recuerdos se precipitaron en su mente.

Rememoró todo aquello que había tenido importancia en su vida. La primera vez que vio llorar a su madre, cuando su padre dio el portazo que pondría fin a su vida en familia, su primera pelea en el colegio por defender a una falsa amiga, su primera expulsión, el trabajo en la hamburguesería que había perdido por comer patatas a escondidas, el accidente con el coche de un desconocido, la muerte del único familiar que había creído en ella cuando era pequeña, su tío, el momento en que conoció a James…

Recordó con esperanza aquellos momentos que le habían devuelto la vida que realmente nunca había tenido. Su sonrisa, sus cosas en común, sus diferencias, la primera vez que rozó sus labios, su capacidad por aceptarla, por aguantarla, por ser el único ser humano que había sentido algo distinto por ella. Algo que estaba apunto de echarse a perder.

Volvió a cerrar los ojos, temerosa de que la pena que le producía el sentimiento de dejar lo que más quería terminara de matarla antes de lo que ella deseaba. El maldito pip que emitía el monitor cardíaco cada vez se oía más apagado y lejano. El dolor que sentía en su pecho comenzaba a pesar demasiado, a ser insoportable. La agonía que comenzaba a apoderarse de ella apartó de una patada la tristeza que reinaba en su mente. ‘No te vayas, Jas, ¡no ahora!’, gritaba repetidamente James, estrechándole con fuerza ambas manos; pero ella ya no estaba en disposición de devolverle el gesto. No tenía fuerzas y en su cerebro quedaban pocas neuronas que respondieran a sus deseos. No podía sentir el abrazo que cubría su agonizante cuerpo, no podía oír las palabras ni notar siquiera las descargas de electrones que recorrían su cuerpo para reanimar su apagado corazón.

Pronto sus dedos perdieron la fuerza para sujetar los de James y la máquina que registraba su ritmo cardíaco emitió un piiiiip interminable. Sus ojos se cerraron para siempre con el peso de los últimos recuerdos que quedaban en su mente. No había conseguido vencer a la muerte, pero al menos se había ido sabiendo que alguien la había querido de verdad alguna vez. Alguien que no la olvidaría nunca, alguien que la había apoyado hasta el final.

5 abr 2010

Susurros de un nuevo mundo

Dulces susurros que me recuerdan a ti. Susurros apenas audibles para el resto del universo, pero que yo escucho perfectamente como si fueran parte de mis pensamientos, sentimientos y emociones. Me dejo llevar por ellos para adentrarme en tu pequeño mundo. Un nuevo planeta mental que no termino de comprender.


Me pregunto si realmente algún día podré llegar a entenderte completamente a ti, a tus pensamientos, a tus susurros, a tu vida. A tu mundo. Parece que comienzo a comprenderlo superficialmente, pero aún me queda mucho por aprender. Me desespera no saber qué pasa por tu mente. Por mucho que me deje llevar, que intente comprender, es demasiado difícil y extraño para mí.


Por suerte, el tiempo quizá jugará a mi favor y me dará los días, meses, años o décadas, suficientes como para conocerlo bien finalmente y formar parte de él. Mientras tanto, sigo dejándome llevar por esas susurrantes palabras que llegan a mí através de tus labios. Palabras que poco a poco adquieren sentido en mi cabezita, haciendo que te abras un gran hueco en ella.

16 mar 2010

Atajo a la salvación

-¿Y si..?
-¿Y si, qué?
-No me has dejado terminar la frase.
-Tu lentitud me pone de los nervios.
-Cállate. ¿Y si cojo esto -dijo ella, agrrando por el asa un cubo de agua- y te lo tiro por encima?
-¿Para qué quieres hacer semejante chorrada?
-Para que vuelvas a sonreír y divertirte de verdad como antes.
-Estoy igual que siempre.
-Sí, claro, y yo soy top model. No eres el mismo desde... desde aquello.
-¿Desde qué?
-No es necesario que te lo recuerde.
-Déjame en paz.
-Vuelve a ser tú y te dejaré tranquilo.
-¿Por qué te empeñas tanto en cambiarme? Acepta que las cosas han cambiado.
-Porque me da pena ver en lo que te has convertido.
-En qué me he convertido es cosa mía, y tú no tienes nada que ver. Y tampoco tienes derecho a decirme qué debo hacer.
-Antes tenía más derecho que esa panda de camellos.
-Las cosas cambian.
-Pero pueden volver a cambiar. 
-Lo dudo.
-Con esa actitud, yo también. Además, creo que tú solo ya te has dado cuenta de que éste no es el camino correcto.
-A veces no puedes seguir el camino correcto, porque sólo dispones de una opción.
-Yo te estoy ofreciendo un atajo hacia tu salvación y no me haces caso.
-¿Por qué debería?
-Porque probablemente soy la única persona que realmente te quiere en este mundo.

6 mar 2010

Caminos de luz y oscuridad

Es sorprendente la capacidad humana para superar los baches. Al final, por muy duro que sea lo sucedido, siempre terminan recuperándose. Algunos antes que otros, pero siempre vuelven a levantar la cabeza para retomar sus pasos sobre la vida; o mueren en el intento. Lo que los diferencia unos de otros es el camino que escogen cuando algo les sale realmente mal.

El primer camino es recorrido por los valientes que toman esos baches de su sendero como una desagradable pausa en sus vidas. Son humanos que se hacen admirar y te sorprenden día a día con sus sonrisas, ánimos, ilusiones, risas, alegrías y ansias por seguir adelante sin preocuparse por el futuro y dejar atrás los malos recuerdos para quedarse únicamente con los buenos. Cuán perfecto sería que todos formaran parte de este grupo.

El segundo camino sólo es tomado por los cobardes que sólo piensan en si mismos y no afrontan la realidad. Son personas que se dejan llevar por los sentimientos negativos y ven irrevocablemente el final de su camino. Desgraciadamente, sienten demasiado miedo a perder más cosas, sin darse cuenta de lo que hacen abandonar a otros gracias a su accidental egocentrismo.

Lástima que exista el 10% de la humanidad que siga el oscuro trayecto. A pesar de ser un porcentaje muy pobre, engloba muchos individuos que, seguramente, no tienen a nadie ni nada que les ayude a continuar con lo que les queda. Por ello, el otro 90%, son muy afortunados por tener esa fuerza de voluntad, por depender de esas amistades y familiares que siempre van a estar ahí para ellos, por contar con la suerte que les ha tocado consumir y por ver la luz que les indica que su camino vital aún no termina.

4 mar 2010

Aquel baile

Una muchacha de unos diecisiete años se me acercó entre la muchedumbre. Llevaba un precioso vestido granate y una máscara del mismo color a juego con el vestido. Se paró delante mío y supe lo que debía hacer.

-¿Me concede este baile, señorita?

Sus labios dibujaron una sonrisa y tomó la mano que yo le ofrecía. Me condujo hacia el centro del salón y comenzamos a bailar. Lo cierto es que yo no era un gran bailarín, pero ella sí; me sentí acomplejado por ello.

-¿Con quién tengo el placer de bailar? -pregunté.

-No necesita saberlo -respondió con otra sonrisa-. ¿Y el suyo?

-Tampoco necesita saberlo.

Seguimos bailando durante el resto de la canción. Cuando los instrumentos cesaron, ella me tomó de la mano una vez más y me llevó al verde exterior. Bajamos las escaleras de la entrada y nos quedamos de pie en el cuidado césped de la casa.

-Ahora debo partir -dijo.

-¿Volveré a verla? -contesté con otra pregunta, perplejo.

-Puede.

-Siempre me encontrará aquí -dije sin pensar.

Su sonrisa volvió a iluminarme, y tras darme un beso en la mejilla, dio media vuelta y desapareció en la oscuridad del jardín. Había sido una noche muy extraña compuesta por un baile que jamás olvidaría.

3 mar 2010

Ruidoso silencio

Escucho la lluvia, los pasos, las notas, los coches, las conversaciones ajenas, los silbidos, las puertas que se abren, las que se cierran, los autobuses, los bostezos, las canciones, los tecleos, los suspiros, los flashes de las cámaras, los llantos, las risas, las carcajadas, los pisotones...
Pero no oigo tu voz. ¿Dónde estás? Tan sólo escucho ruido y no hay ni rastro de ti. ¿Por qué desapareciste? ven y sálvame de este sonoro infierno en el que reina tu silencio. Dime algo, llámame. No me dejes aquí, despréndete del silencio que me dejaste. Reaparece ante mí para recuperar lo que nunca tuve.

25 feb 2010

Fotografía

Contempló aquella fotografía. De pronto, le vinieron a la mente todos los recuerdos; Creía haberlo olvidado, pero todo seguía ahí, ardiendo en su corazón. 

Contempló su cara, la cara que ella había contemplado de cerca meses atrás. Los labios que había acariciado con los suyos, los ojos que sólo la habían mirado a ella. Bajó la mirada por la fotografía y recordó cómo le había cogido del brazo temiendo que algún día se le escapara. Pasó a sus manos; esos dedos que la habían acariciado con dulzura, que se habían entrelazado con los suyos siempre que le veía. Recordó cómo le había abrazado en el pasado, en un pasado que ya estaba demasiado lejos y del que ella huía. Aquellos abrazos tan sinceros, dulces y al mismo tiempo tristes al pensar que cada uno que daba estaba un día más cerca del último eran uno de los mejores recuerdos que tenía y de los que nunca podría borrar de su corazón.

Ya no le quedaba nada por contemplar. Nada, excepto lo que su corazón guardaba de esa persona.

23 feb 2010

Cruel alegría

Sintió como los gritos se le metían en la cabeza, inundándola de cruel alegría y satisfacción. Vio retorcerse a aquel hombre en el suelo de su dormitorio, aquél que ambos habían compartido durante cinco años. Un lustro lleno de mentiras, engaños y traiciones por parte de él. Ella, cuando le contó que una chica esperaba un hijo suyo pero que seguirían casados porque era lo que le convenía, no pudo en sí de odio y, sin tiempo para pararse a pensar en lo que iba a hacer, se le tiró encima y le hundió las tijeras con las que estaba arreglando las cintas de los adornos de Navidad en el cuerpo. Conducida por la rábia, usó con fúria las tijeras varias veces. Cuando dejaron de escucharse los gritos, rompió a llorar y se miró las manos. Ya no haría falta que se las cuidara con caras cremas para gustarle a su marido, puesto que él ya no estaba en este mundo y que ahora su sangre estaría gravada en su piel para siempre.

La habitación se había convertido en un revuelto mar de odio, arrepentimiento y sangre. Tan sólo quedaban una mujer desesperada, un muerto y pocos muebles ensuciados de aquél líquido vital que había escapado del cuerpo del hombre. Tras un rato, la mujer, llevada por el odio, bajó al párking y huyó en el coche. No se iba a entregar, pues sabía que en realidad había hecho lo correcto, aunque estuviera mal. 

Sin darse cuenta, se encontraba a las puertas de la casa de aquella mujer que llevaba en su viente al hijo que debería haber sido suyo. 
 

22 feb 2010

Acordes sólo para ti


-¿Qué haces?

-Componer, ¿quieres oírlo? –respondió, con una repentina iluminación en su rostro.

Asentí, cogió su guitarra y comenzó con los primeros acordes. Era una melodía lenta con notas que sonaban con la clama del mar una noche de verano. Tras repetir un par de veces el mismo y melódico juego de acordes, comenzó a cantar introduciendo unos más rápidos que, a pesar de la velocidad con la que sonaban, inspiraba la misma calma que el primero. La letra estaba en inglés, pero pude entender gran parte de ella. Hablaba sobre una chica; ella, según la letra, era la persona más maravillosa que había conocido y tenía miedo de confesarle sus sentimientos, puesto que desconocía los de la muchacha. Al terminar con esa parte y dando paso al estribillo, halagaba a la Diosa que su mente había creado con numerosos adjetivos que se me hicieron familiares. Tras volver a escuchar una estructura parecida a toda la expuesta, la canción cambió completamente. Los acordes rápidos dejaron paso a notas que sonaban muy separadas las unas de las otras, pero la voz había adquirido dureza. Me pregunté cómo podía lograr tanta belleza en una combinación tan extraña. Esta vez, la letra pedía a gritos que nunca le dejara solo, ya que ella era una pieza indispensable en el rompecabezas de su vida. Por ello, daba motivos para no confesarle sus sentimientos, motivos que se basaban en el miedo a la pérdida de aquel ser. Después de regresar al estribillo y repetirlo un par de veces, volvió a los acordes del inicio para terminar con la canción.

Me había pasado unos tres minutos escuchándole tocar. Ni me di cuenta de que había terminado. Me percaté de que sus dedos habían dejado de rozar las cuerdas de la guitarra tras eternos segundos después y vi que sus ojos me estaban mirando a la espera de una valoración por mi parte. Sonreí, a pesar de que la envidia que sentía por esa chica me deboraba el corazón.

-Me encanta. ¿A quién va dirigida? –pregunté.

-A una buena amiga; son acordes sólo para ella –respondió, apartándome la mirada.

-Eso ya lo suponía. Pero, ¿quién es?

-¿Con todo lo dicho aún no te haces a la idea? –cuestionó con incredulidad, volviendo a posar sus ojos en los míos.

-No…

Apartó la guitarra, dejándola encima de la mesa que teníamos al lado. Él estaba en la silla, detrás del pupitre, mientras yo me había sentado en la punta de dicho mueble. Se levantó y se colocó frente a mí, mirándome fijamente. Me perdí en la inmensidad de los ojos cafés más profundos que jamás había tenido el placer de contemplar.

-¿Seguro que no te haces a la idea? –me preguntó, tomando un mechón de mi pelo entre sus dedos para juguetear con él.

-No soy adivina –respondí con otra sonrisa.

Apenas esperó un par de segundos para besarme. Cerré los ojos y me dejé llevar por aquel maravilloso instante. Había soñado tantas veces con algo así, lo había imaginado tantas veces, que nunca creí que podría llegar a ser real. Siempre creí que permanecería en mi mente como una historia que nunca llegó a escribirse.

-Te quiero –susurró, tras separarse el instante suficiente como para pronunciar las dos palabras que más había ansiado oír.

21 feb 2010

Darle vida al vestido

Respiró hondo y salió al escenario en medio del parque donde le esperaba el fotógrafo.

Llevar uno de los nuevos vestidos de la colección para gothic lolitas era todo un honor. Las horas de peluquería y maquillaje habían valido la pena. Tan solo eran un par de fotos para un catálogo de ropa en una revista gótica de Nueva York, pero ser ella quien llevara por primera vez ese vestido, ese lazo, esas botas, era lo que siempre había soñado. Era la primera de entre pocas chicas que había tenido el honor de ver y probar semejante obra de arte.

Le inundó la felicidad mientras posaba para las fotos. Tenía miedo de estar haciéndolo mal, puesto que quería que todo saliera perfecto. Lo importante no era ella, sino su atuendo, pero ahora era la encargada de darle vida al montón de tela. Un montón de tela que pocas querrían probarse, que pocas podrían permitirse y que para algunas, era prácticamente todo lo que tendrían para decirle al muno quiénes eran. Ese vestido representaba a muchas chicas como ella, chicas a las que no les importaba lo que pensara la gente de ellas, puesto que pese a todo, siempre llevarían dentro a esa niña encerrada en su muñeca de porcelana.

El fotógrafo revisó las fotografías realizadas tras unos veinte minutos, y en vista de los resultados, decidió terminar con la sesión. Ella se sintió realizada, importante, orgullosa de sí misma y de lo que era. En su vida, tuvo la suerte de no dejarse influenciar por nadie, y justo en momentos como ese era cuando más satisfecha se sentía de haber luchado siempre por sus sueños.

20 feb 2010

Cadenas blancas

Corrió entre las numerosas columnas de aquella inmensa sala. La estancia era tan grande que no se divisaban las paredes del fondo; era como un bosque nevado constituido por columnas barrocas.
Escuchaba los gritos, pero no la veía. Eran chillidos desgarradores, desesperados y suplicantes. Gritos que manchaban de negro el blanco mármol de la sala. Cuanto más corría, más cerca se escuchaban los alaridos. Después de dar muchas vueltas y perder el rumbo varias veces, divisó un bulto negro a lo lejos. Corrió aún más rápido hacía el ser que le llamaba desesperadamente.
Estaba sentada, frente a una de las columnas. Su largo cabello blanco seguía tan resplandeciente como siempre, pero su piel y su ropa no se encontraban en el mismo estado. El vestido –su preferido– estaba prácticamente todo desgarrado, y las manchas de sangre habían teñido gran parte del tejido negro; incluso las gruesas botas parecían albergar el infierno. Los brazos y piernas estaban llenos de cortes que aún no habían dispuesto de tiempo para cicatrizar, y su rostro tenía las manchas de la sangre que sus dedos habían rozado. Sus colmillos, a pesar de todo, estaban completamente blancos.
Los ojos de la vampira encontraron el rostro del recién llegado, haciendo que su garganta dejara de chillar. Se encogió lentamente, escondió la cabeza tras sus rodillas y empezó a temblar.
-¿Qué te pasa, Evangeline? –preguntó él, preocupado, examinándola con la mirada.
Ella no respondió. Se limitó a encogerse aún más y romper a llorar. Poco a poco, un gran charco rojo brillante cubrió gran parte del suelo que rodeaba la columna. También sus cabellos comenzaban a ensuciarse, dándole la imagen de la muerte a todo su ser.
De repente, su cuerpo comenzó a sacudirse y la vampira volvió a gritar sin control. Esta vez, tan solo eran chillidos acompañados de algunas palabras en latín que él no comprendía. Pasó a retorcerse de dolor, oprimiéndose el pecho, pensando que así, quizá, el dolor abandonaría su cuerpo. Pero ya era demasiado tarde para ella. Unas cadenas blancas que conducían a la nada la tenían atada de pies y manos, impidiéndole ser libre. Él no se dio cuenta de ello hasta que no la observó bien.
-¡Vete! –gritó ella entre agonizantes chillidos.
De pronto, un repentino viento que levantó la cabellera de la vampira dejando ver cómo sus ojos estaban en blanco, empujó al hombre lejos de donde estaba, haciendo que se volviera a perder en aquel bosque sin fin de columnas barrocas. Estaba destinado, al igual que ella. Él debería pasar el resto de sus días buscándola, mientras ella debería pasar la eternidad encerrada en ese infierno teñido de falsa luz.

19 feb 2010

Gotas

Miró al frente. Tan sólo había lluvia. Gotas y gotas de fría agua que comenzaban a resbalarle lentamente por el rostro. No se molestó en sacar el paraguas. Echó a caminar por la húmeda calle y encendió el mini reproductor que llevaba en el bolsillo derecho del pantalón. Subió al máximo el volumen y sintió cómo las primeras notas de As If The World Wasn’t Ending se le metían en la cabeza. Gracioso el nombre de la canción para aquel momento.

Para ella, el mundo sí estaba apunto de terminarse. Era San Valentín, y en esos momentos recordaba todo aquello que le había sucedido; el pasado volvía a ella. No existía el presente. Tan sólo el olvido, la añoranza y el arrepentimiento al no haber aprovechado lo suficiente los pocos días que tuvo. Días que resbalaban en su corazón del mismo modo que lo hacía la lluvia en su ropa. La diferencia entre estas gotas y las que caían del cielo era que las presentes en el interior de su pecho permanecerían ahí dejando una marca de humedad que no podría secar durante mucho tiempo. Demasiado, quizá. Pero ahora a ella sólo le quedaba el recuerdo de aquellos besos y las pequeñas palabras que le había susurrado. Alzó la vista al cielo y se preguntó qué debía estar haciendo él. A saber. Seguramente ya se había olvidado de ella y ahora ni se acordaba de aquellos momentos. Sus momentos. Ni tan siquiera de qué día era.

Unos acordes interrumpieron el desenlace de la canción cuando se aproximaba al final de la calle. Bajó la mirada hacia su bolsillo izquierdo y vio cómo su pequeño teléfono móvil encendía y apagaba su luz acompañado de Before I Forget, incitándola a contestar la desconocida llamada. Tomó el aparato en sus manos y vio su nombre en la pequeña pantalla. Se quitó los cascos y se apresuró a darle al botón verde.

-¿Sí? –susurró con un hilo de voz.

-Soy yo, ¿o ya te has olvidado de mí?

18 feb 2010

Plumas teñidas de negro

Ya no era como antes.

Aquellas plumas del color de la Nada habían adqurido el tono más oscuro que jamás hubiera podido imaginar. Ahora, sus alas estaban habitadas por un profunda noche sin fin que había apartado de su camino el rastro del cielo. Era una oscuridad que ya no se podía limpiar, era demasiado tarde.

Quizá, si no hubiera permitido aquel asesinato y no hubiera disfrutado observándolo como nunca antes lo había hecho, no hubiera fallado. Había pasado de ser un ángel de luz a un pequeño, débil y asqueroso ángel caído rodeado de infinita oscuridad. Tan sólo sentía frío, remordimiento y pena. Ya no podía ver; sentía cómo poco a poco la noche le absorbia el alma, haciéndole olvidar quién era y dejándole únicamente con el recuerdo de la sangre en sus suaves dedos.

El frío y la oscuridad pronto se hicieron con su cuerpo, hasta que no quedó nada de él. Nada, excepto una pequeña y áspera pluma negra que antes había sido blanca.

17 feb 2010

Adiós

-Llegaste tarde.
-Y ella demasiado pronto –susurré.
Apenas noté cómo frías lágrimas comenzaban a nacer lentamente en mis ojos. Intenté tomarle la cara entre mis finos dedos una vez más, queriendo volver a sentir el tacto de su suave piel entre ellos, pero a medio camino me detuve y le miré fijamente a los ojos. Aquellas pupilas que antes me habían mirado reflejando una parte de mí en ellas ahora estaban vacías. No me veían. Tan sólo miraban más allá, a otra persona que no era yo. Porque, al fin y al cabo, yo sólo había sido un pequeño e insignificante engaño de su mente. Alguien que estuvo ahí para hacer bonito sin que me diera cuenta durante un tiempo, hasta que me dijo adiós. En ese largo cruce de miradas perdidas fue cuando me di cuenta de que no era mío, nunca lo había sido y, finalmente, lo iba a perder para siempre.
-Lo siento… -susurró, apartando la mirada.
-No mientas. Aquí la única que lo siente soy yo.
A pesar de todo, a pesar de decirme lo mucho que lo sentía, su expresión no cambiaba. Llevaba ya varios minutos contemplando esa mirada que se mantenía alejada de mi alma, mostrando dureza y comprimiendo sus sentimientos en el interior de su corazón sin permitir que yo pudiera verlos; por eso mismo sabía que no era sincero. Todas aquellas palabras estaban vacías, no eran más que letras ordenadas que carecían de sentido para mí y para él. Poco a poco me di cuenta de que aquello era real, pero no podía terminar de creerlo. Alargué el brazo hasta rozarle la cara y la giré hacia mí para poder leerle la mirada.
-Dime que no me quieres y me iré –dije, notando cómo mis lágrimas habían perdido el control y ahora caían una tras otra sin que yo pudiera impedirlo.
Se quedó muy quieto, mirándome. Le sostuve la mirada, intentando descifrar lo que realmente sentía él. Noté cómo se debatía entre la verdad y la mentira, entre lo que me iba a hacer daño y lo que no. Transcurrieron un par de largos minutos hasta que contestó a mi pregunta. Cerró los ojos antes de decir las últimas palabras que escucharía salir de esos labios que debieron ser míos.
-No te quiero.
Pronunció esas palabras con decisión y alejó su mirada de mi rostro. Lentamente, dejé caer la mano que seguía posada en su cara mientras absorbía el significado de aquellas palabras. Esta vez, fueran palabras envenenadas con un millón de mentiras o no, eran reales y carecían de doble fondo.
-Adiós –susurré, bajando la mirada.
Sentí como sus ojos volvían a enfocarme, seguramente sorprendidos. Entonces, decidí que la última visión que tendría de mí no sería la de una chica rota por su culpa a la que ahora le daba miedo y vergüenza mirarle a la cara. Me enjuagué las lágrimas con las mangas de mi jersey, arrastrando con ellas todas las preocupaciones por quedarme sola y los recuerdos muertos en los que él había sido el único protagonista. Armándome de valor por última vez, alcé la mirada hacia él y sonreí. Él continuó en silencio y su expresión se alteró ligeramente al ver el cambio que había experimentado mi rostro al pasar del desconcierto y la tristeza a la supuesta despreocupación y felicidad. Suspiró y volvió a bajar la mirada. Me agarró del brazo y me atrajo hacia él. Sus brazos me rodearon con delicadeza y dulzura, como quien abraza a un amigo que debe partir para no volver en mucho tiempo. Dejé que me sostuviera así por última vez, a pesar de que mis lágrimas no pudieron seguir escondidas en mis ojos y que todos aquellos recuerdos volvieron a mi mente recordándome que aquellos tiempos ya habían pasado.
-A pesar de todo, no olvides que fuiste alguien importante para mí.
Poco a poco, deshizo la cárcel en la que me encerraban sus brazos y, tras una mirada rápida, dio media vuelta y se alejó, dejándome allí sin saber qué hacer, cómo actuar ni adónde ir.