Se arrastró sigilosamente por la pared de la cocina. Su objetivo se encontraba al otro lado. Apenas tenía unos segundos para actuar. Unos instantes que decidirían el rumbo de su vida para siempre.
-No, no podré ir mañana.. sí, tengo otros asuntos pendientes -decía la víctima hablando por teléfono al otro lado de la pared-. ¿Qué? Ni de coña; si no entrega todo el dinero no nos sirve para nada. Mátalo.
Se quedó quieto, meditando sobre lo que debía hacer. Tenía que matarlo, aunque no quisiera. Tenía que deshacerse del cuerpo, aunque no quisiera. Tenía que borrar todas las pruebas y no dejar rastro del crimen, aunque no quisiera. ¿Y todo porqué? Por venganza. Por una sucia venganza que no le devolvería a su hermano.
Tres días atrás, su hermano mayor se había alojado en un barato y cutre hotel de Chicago para lidiar con algunos asuntos personales, la mayoría relacionados con problemas económicos difícilmente solucionables. Desgraciadamente, le debía demasiado dinero al hombre que estaba apunto de morir. Y en asuntos que escapan a los conocimientos de la ley, si no pagas con dinero, pagas con vida. Su hermano tan solo le había pedido una semana, un corto periodo de tiempo para tratar de reunir el pastón. Pero él se negó; quería el dinero, y lo quería ya. Apenas esperó un par de días para mandar a un par de matones a sueldo para que lo arrinconaran en un callejón al salir del súper y le vaciaran todo el cargador de sus pistolas en las entrañas. ¿Qué ganaba el Cobrador de la Muerte con ello? Nada; sólo la satisfacción de haber pagado lo que le debían de algún modo.
-Haz lo mismo que con el otro gilipollas -continuaba hablando la presa-; la última vez salió bien, así que ningún problema. Pero la próxima vez vigila que no se nos endeuden tanto, que sino terminaremos en la ruina...
Dio un portazo a la puerta que daba al salón y apuntó a su víctima. El hombre colgó el teléfono y se puso en pie. Su mirada delataba el miedo que recorría su cuerpo, a pesar de que en su voz intentaba mantener la calma.
-¿Quién eres? ¿Qué quieres? -preguntó.
-Tú mataste a mi hermano -se limitó a decir.
-Él se lo buscó, era un bastardo. Antes de endeudarte, piensa en los intereses y si podrás devolverlo todo.
Aquellas palabras le nublaron la vista y la pena que podía sentir por aquel hombre. Apretó el gatillo sin decir nada más. Por suerte le había puesto el silenciador al arma. Sin perder un segundo, cogió el cadáver en brazos y lo sacó del piso tras limpiar un poco la sangre que se había derramado en la moqueta. Lo metió cuidadosamente en el maletero envuelto en una bolsa de basura. No tenía experiencia en crimenes, pero la televisión siempre nos enseña a manejar situaciones desconocidas.
Condució hasta el desguace de las afueras de la ciudad; rompió el candado de la valla con un extraño aparato que había encontrado en un drogería y se coló junto con el inerte cuerpo. Lo escondió entre un montón de chatarra. La intención era que tardaran en encontrarlo y que las ratas trataran de borrar las pocas huellas que el asesino podía haber dejado. Un poco de fuego no hubiera ido mal, pero no podía arriesgarse a armar tanto jaleo.
Salió del desguace cuando comenzaban a atisbarse las primeras luces del alba en el horizonte. El día pronto le devolvería la conciencia y, probablemente, se entregaría a la policía. Había cometido un delito y realizado una barbaridad; se había rebajado hasta el nivel del difunto. Comenzaba a sentirse tan asqueroso como la vida que le esperaba.