25 abr 2010

Sucia venganza

Se arrastró sigilosamente por la pared de la cocina. Su objetivo se encontraba al otro lado. Apenas tenía unos segundos para actuar. Unos instantes que decidirían el rumbo de su vida para siempre.

-No, no podré ir mañana.. sí, tengo otros asuntos pendientes -decía la víctima hablando por teléfono al otro lado de la pared-. ¿Qué? Ni de coña; si no entrega todo el dinero no nos sirve para nada. Mátalo.

Se quedó quieto, meditando sobre lo que debía hacer. Tenía que matarlo, aunque no quisiera. Tenía que deshacerse del cuerpo, aunque no quisiera. Tenía que borrar todas las pruebas y no dejar rastro del crimen, aunque no quisiera. ¿Y todo porqué? Por venganza. Por una sucia venganza que no le devolvería a su hermano. 

Tres días atrás, su hermano mayor se había alojado en un barato y cutre hotel de Chicago para lidiar con algunos asuntos personales, la mayoría relacionados con problemas económicos difícilmente solucionables. Desgraciadamente, le debía demasiado dinero al hombre que estaba apunto de morir. Y en asuntos que escapan a los conocimientos de la ley, si no pagas con dinero, pagas con vida. Su hermano tan solo le había pedido una semana, un corto periodo de tiempo para tratar de reunir el pastón. Pero él se negó; quería el dinero, y lo quería ya. Apenas esperó un par de días para mandar a un par de matones a sueldo para que lo arrinconaran en un callejón al salir del súper y le vaciaran todo el cargador de sus pistolas en las entrañas. ¿Qué ganaba el Cobrador de la Muerte con ello? Nada; sólo la satisfacción de haber pagado lo que le debían de algún modo.

-Haz lo mismo que con el otro gilipollas -continuaba hablando la presa-; la última vez salió bien, así que ningún problema. Pero la próxima vez vigila que no se nos endeuden tanto, que sino terminaremos en la ruina...

Dio un portazo a la puerta que daba al salón y apuntó a su víctima. El hombre colgó el teléfono y se puso en pie. Su mirada delataba el miedo que recorría su cuerpo, a pesar de que en su voz intentaba mantener la calma.
-¿Quién eres? ¿Qué quieres? -preguntó.

-Tú mataste a mi hermano -se limitó a decir.

-Él se lo buscó, era un bastardo. Antes de endeudarte, piensa en los intereses y si podrás devolverlo todo. 

Aquellas palabras le nublaron la vista y la pena que podía sentir por aquel hombre. Apretó el gatillo sin decir nada más. Por suerte le había puesto el silenciador al arma. Sin perder un segundo, cogió el cadáver en brazos y lo sacó del piso tras limpiar un poco la sangre que se había derramado en la moqueta. Lo metió cuidadosamente en el maletero envuelto en una bolsa de basura. No tenía experiencia en crimenes, pero la televisión siempre nos enseña a manejar situaciones desconocidas. 

Condució hasta el desguace de las afueras de la ciudad; rompió el candado de la valla con un extraño aparato que había encontrado en un drogería y se coló junto con el inerte cuerpo. Lo escondió entre un montón de chatarra. La intención era que tardaran en encontrarlo y que las ratas trataran de borrar las pocas huellas que el asesino podía haber dejado. Un poco de fuego no hubiera ido mal, pero no podía arriesgarse a armar tanto jaleo.

Salió del desguace cuando comenzaban a atisbarse las primeras luces del alba en el horizonte. El día pronto le devolvería la conciencia y, probablemente, se entregaría a la policía. Había cometido un delito y realizado una barbaridad; se había rebajado hasta el nivel del difunto. Comenzaba a sentirse tan asqueroso como la vida que le esperaba.

11 abr 2010

Hasta el final

Nunca hubiera imaginado que tendría tantas ganas de vivir. Ahora, era ella la que se aferraba fuertemente a los latidos de su corazón para que éste no dejara de palpitar. Sabía que su final se aproximaba más cada segundo que dejaba pasar y que, tiempo atrás, hubiera dejado que su alma se escapara de su cuerpo para siempre y así poder dejar este maldito mundo. Pero las cosas habían cambiado. ¿Por qué cuando tenía un motivo para vivir debía partir hacia el eterno infierno?

Apretó con fuerza la mano que sostenía la suya con una desesperada dulzura. No quería ni imaginar que probablemente aquélla sería la última vez que sentiría su tacto, su compañía, su cariño. Notaba como poco a poco sus dedos perdían la fuerza, como su existencia se escurría entre ellos y con ella, los recuerdos comenzaban a desvanecerse lentamente. Recuerdos oscuros, tristes, alegres, melancólicos, lejanos, próximos y felices.

Intentó abrir un poco los párpados cuando tristes lágrimas mojaron su cara. Nunca le había visto llorar de aquél modo. Él, su motivo de existir, luchar y sobrevivir, lloraba como un niño pequeño al que le han quitado su preciado caramelo. Un caramelo que estaba a punto de perder. ‘No me dejes, Jas, no me dejes, por favor’, susurraba desesperadamente. Al verle aquel triste semblante una ola de recuerdos se precipitaron en su mente.

Rememoró todo aquello que había tenido importancia en su vida. La primera vez que vio llorar a su madre, cuando su padre dio el portazo que pondría fin a su vida en familia, su primera pelea en el colegio por defender a una falsa amiga, su primera expulsión, el trabajo en la hamburguesería que había perdido por comer patatas a escondidas, el accidente con el coche de un desconocido, la muerte del único familiar que había creído en ella cuando era pequeña, su tío, el momento en que conoció a James…

Recordó con esperanza aquellos momentos que le habían devuelto la vida que realmente nunca había tenido. Su sonrisa, sus cosas en común, sus diferencias, la primera vez que rozó sus labios, su capacidad por aceptarla, por aguantarla, por ser el único ser humano que había sentido algo distinto por ella. Algo que estaba apunto de echarse a perder.

Volvió a cerrar los ojos, temerosa de que la pena que le producía el sentimiento de dejar lo que más quería terminara de matarla antes de lo que ella deseaba. El maldito pip que emitía el monitor cardíaco cada vez se oía más apagado y lejano. El dolor que sentía en su pecho comenzaba a pesar demasiado, a ser insoportable. La agonía que comenzaba a apoderarse de ella apartó de una patada la tristeza que reinaba en su mente. ‘No te vayas, Jas, ¡no ahora!’, gritaba repetidamente James, estrechándole con fuerza ambas manos; pero ella ya no estaba en disposición de devolverle el gesto. No tenía fuerzas y en su cerebro quedaban pocas neuronas que respondieran a sus deseos. No podía sentir el abrazo que cubría su agonizante cuerpo, no podía oír las palabras ni notar siquiera las descargas de electrones que recorrían su cuerpo para reanimar su apagado corazón.

Pronto sus dedos perdieron la fuerza para sujetar los de James y la máquina que registraba su ritmo cardíaco emitió un piiiiip interminable. Sus ojos se cerraron para siempre con el peso de los últimos recuerdos que quedaban en su mente. No había conseguido vencer a la muerte, pero al menos se había ido sabiendo que alguien la había querido de verdad alguna vez. Alguien que no la olvidaría nunca, alguien que la había apoyado hasta el final.

5 abr 2010

Susurros de un nuevo mundo

Dulces susurros que me recuerdan a ti. Susurros apenas audibles para el resto del universo, pero que yo escucho perfectamente como si fueran parte de mis pensamientos, sentimientos y emociones. Me dejo llevar por ellos para adentrarme en tu pequeño mundo. Un nuevo planeta mental que no termino de comprender.


Me pregunto si realmente algún día podré llegar a entenderte completamente a ti, a tus pensamientos, a tus susurros, a tu vida. A tu mundo. Parece que comienzo a comprenderlo superficialmente, pero aún me queda mucho por aprender. Me desespera no saber qué pasa por tu mente. Por mucho que me deje llevar, que intente comprender, es demasiado difícil y extraño para mí.


Por suerte, el tiempo quizá jugará a mi favor y me dará los días, meses, años o décadas, suficientes como para conocerlo bien finalmente y formar parte de él. Mientras tanto, sigo dejándome llevar por esas susurrantes palabras que llegan a mí através de tus labios. Palabras que poco a poco adquieren sentido en mi cabezita, haciendo que te abras un gran hueco en ella.