-Llegaste tarde.
-Y ella demasiado pronto –susurré.
Apenas noté cómo frías lágrimas comenzaban a nacer lentamente en mis ojos. Intenté tomarle la cara entre mis finos dedos una vez más, queriendo volver a sentir el tacto de su suave piel entre ellos, pero a medio camino me detuve y le miré fijamente a los ojos. Aquellas pupilas que antes me habían mirado reflejando una parte de mí en ellas ahora estaban vacías. No me veían. Tan sólo miraban más allá, a otra persona que no era yo. Porque, al fin y al cabo, yo sólo había sido un pequeño e insignificante engaño de su mente. Alguien que estuvo ahí para hacer bonito sin que me diera cuenta durante un tiempo, hasta que me dijo adiós. En ese largo cruce de miradas perdidas fue cuando me di cuenta de que no era mío, nunca lo había sido y, finalmente, lo iba a perder para siempre.
-Lo siento… -susurró, apartando la mirada.
-No mientas. Aquí la única que lo siente soy yo.
A pesar de todo, a pesar de decirme lo mucho que lo sentía, su expresión no cambiaba. Llevaba ya varios minutos contemplando esa mirada que se mantenía alejada de mi alma, mostrando dureza y comprimiendo sus sentimientos en el interior de su corazón sin permitir que yo pudiera verlos; por eso mismo sabía que no era sincero. Todas aquellas palabras estaban vacías, no eran más que letras ordenadas que carecían de sentido para mí y para él. Poco a poco me di cuenta de que aquello era real, pero no podía terminar de creerlo. Alargué el brazo hasta rozarle la cara y la giré hacia mí para poder leerle la mirada.
-Dime que no me quieres y me iré –dije, notando cómo mis lágrimas habían perdido el control y ahora caían una tras otra sin que yo pudiera impedirlo.
Se quedó muy quieto, mirándome. Le sostuve la mirada, intentando descifrar lo que realmente sentía él. Noté cómo se debatía entre la verdad y la mentira, entre lo que me iba a hacer daño y lo que no. Transcurrieron un par de largos minutos hasta que contestó a mi pregunta. Cerró los ojos antes de decir las últimas palabras que escucharía salir de esos labios que debieron ser míos.
-No te quiero.
Pronunció esas palabras con decisión y alejó su mirada de mi rostro. Lentamente, dejé caer la mano que seguía posada en su cara mientras absorbía el significado de aquellas palabras. Esta vez, fueran palabras envenenadas con un millón de mentiras o no, eran reales y carecían de doble fondo.
-Adiós –susurré, bajando la mirada.
Sentí como sus ojos volvían a enfocarme, seguramente sorprendidos. Entonces, decidí que la última visión que tendría de mí no sería la de una chica rota por su culpa a la que ahora le daba miedo y vergüenza mirarle a la cara. Me enjuagué las lágrimas con las mangas de mi jersey, arrastrando con ellas todas las preocupaciones por quedarme sola y los recuerdos muertos en los que él había sido el único protagonista. Armándome de valor por última vez, alcé la mirada hacia él y sonreí. Él continuó en silencio y su expresión se alteró ligeramente al ver el cambio que había experimentado mi rostro al pasar del desconcierto y la tristeza a la supuesta despreocupación y felicidad. Suspiró y volvió a bajar la mirada. Me agarró del brazo y me atrajo hacia él. Sus brazos me rodearon con delicadeza y dulzura, como quien abraza a un amigo que debe partir para no volver en mucho tiempo. Dejé que me sostuviera así por última vez, a pesar de que mis lágrimas no pudieron seguir escondidas en mis ojos y que todos aquellos recuerdos volvieron a mi mente recordándome que aquellos tiempos ya habían pasado.
-A pesar de todo, no olvides que fuiste alguien importante para mí.
Poco a poco, deshizo la cárcel en la que me encerraban sus brazos y, tras una mirada rápida, dio media vuelta y se alejó, dejándome allí sin saber qué hacer, cómo actuar ni adónde ir.