25 feb 2010

Fotografía

Contempló aquella fotografía. De pronto, le vinieron a la mente todos los recuerdos; Creía haberlo olvidado, pero todo seguía ahí, ardiendo en su corazón. 

Contempló su cara, la cara que ella había contemplado de cerca meses atrás. Los labios que había acariciado con los suyos, los ojos que sólo la habían mirado a ella. Bajó la mirada por la fotografía y recordó cómo le había cogido del brazo temiendo que algún día se le escapara. Pasó a sus manos; esos dedos que la habían acariciado con dulzura, que se habían entrelazado con los suyos siempre que le veía. Recordó cómo le había abrazado en el pasado, en un pasado que ya estaba demasiado lejos y del que ella huía. Aquellos abrazos tan sinceros, dulces y al mismo tiempo tristes al pensar que cada uno que daba estaba un día más cerca del último eran uno de los mejores recuerdos que tenía y de los que nunca podría borrar de su corazón.

Ya no le quedaba nada por contemplar. Nada, excepto lo que su corazón guardaba de esa persona.

23 feb 2010

Cruel alegría

Sintió como los gritos se le metían en la cabeza, inundándola de cruel alegría y satisfacción. Vio retorcerse a aquel hombre en el suelo de su dormitorio, aquél que ambos habían compartido durante cinco años. Un lustro lleno de mentiras, engaños y traiciones por parte de él. Ella, cuando le contó que una chica esperaba un hijo suyo pero que seguirían casados porque era lo que le convenía, no pudo en sí de odio y, sin tiempo para pararse a pensar en lo que iba a hacer, se le tiró encima y le hundió las tijeras con las que estaba arreglando las cintas de los adornos de Navidad en el cuerpo. Conducida por la rábia, usó con fúria las tijeras varias veces. Cuando dejaron de escucharse los gritos, rompió a llorar y se miró las manos. Ya no haría falta que se las cuidara con caras cremas para gustarle a su marido, puesto que él ya no estaba en este mundo y que ahora su sangre estaría gravada en su piel para siempre.

La habitación se había convertido en un revuelto mar de odio, arrepentimiento y sangre. Tan sólo quedaban una mujer desesperada, un muerto y pocos muebles ensuciados de aquél líquido vital que había escapado del cuerpo del hombre. Tras un rato, la mujer, llevada por el odio, bajó al párking y huyó en el coche. No se iba a entregar, pues sabía que en realidad había hecho lo correcto, aunque estuviera mal. 

Sin darse cuenta, se encontraba a las puertas de la casa de aquella mujer que llevaba en su viente al hijo que debería haber sido suyo. 
 

22 feb 2010

Acordes sólo para ti


-¿Qué haces?

-Componer, ¿quieres oírlo? –respondió, con una repentina iluminación en su rostro.

Asentí, cogió su guitarra y comenzó con los primeros acordes. Era una melodía lenta con notas que sonaban con la clama del mar una noche de verano. Tras repetir un par de veces el mismo y melódico juego de acordes, comenzó a cantar introduciendo unos más rápidos que, a pesar de la velocidad con la que sonaban, inspiraba la misma calma que el primero. La letra estaba en inglés, pero pude entender gran parte de ella. Hablaba sobre una chica; ella, según la letra, era la persona más maravillosa que había conocido y tenía miedo de confesarle sus sentimientos, puesto que desconocía los de la muchacha. Al terminar con esa parte y dando paso al estribillo, halagaba a la Diosa que su mente había creado con numerosos adjetivos que se me hicieron familiares. Tras volver a escuchar una estructura parecida a toda la expuesta, la canción cambió completamente. Los acordes rápidos dejaron paso a notas que sonaban muy separadas las unas de las otras, pero la voz había adquirido dureza. Me pregunté cómo podía lograr tanta belleza en una combinación tan extraña. Esta vez, la letra pedía a gritos que nunca le dejara solo, ya que ella era una pieza indispensable en el rompecabezas de su vida. Por ello, daba motivos para no confesarle sus sentimientos, motivos que se basaban en el miedo a la pérdida de aquel ser. Después de regresar al estribillo y repetirlo un par de veces, volvió a los acordes del inicio para terminar con la canción.

Me había pasado unos tres minutos escuchándole tocar. Ni me di cuenta de que había terminado. Me percaté de que sus dedos habían dejado de rozar las cuerdas de la guitarra tras eternos segundos después y vi que sus ojos me estaban mirando a la espera de una valoración por mi parte. Sonreí, a pesar de que la envidia que sentía por esa chica me deboraba el corazón.

-Me encanta. ¿A quién va dirigida? –pregunté.

-A una buena amiga; son acordes sólo para ella –respondió, apartándome la mirada.

-Eso ya lo suponía. Pero, ¿quién es?

-¿Con todo lo dicho aún no te haces a la idea? –cuestionó con incredulidad, volviendo a posar sus ojos en los míos.

-No…

Apartó la guitarra, dejándola encima de la mesa que teníamos al lado. Él estaba en la silla, detrás del pupitre, mientras yo me había sentado en la punta de dicho mueble. Se levantó y se colocó frente a mí, mirándome fijamente. Me perdí en la inmensidad de los ojos cafés más profundos que jamás había tenido el placer de contemplar.

-¿Seguro que no te haces a la idea? –me preguntó, tomando un mechón de mi pelo entre sus dedos para juguetear con él.

-No soy adivina –respondí con otra sonrisa.

Apenas esperó un par de segundos para besarme. Cerré los ojos y me dejé llevar por aquel maravilloso instante. Había soñado tantas veces con algo así, lo había imaginado tantas veces, que nunca creí que podría llegar a ser real. Siempre creí que permanecería en mi mente como una historia que nunca llegó a escribirse.

-Te quiero –susurró, tras separarse el instante suficiente como para pronunciar las dos palabras que más había ansiado oír.

21 feb 2010

Darle vida al vestido

Respiró hondo y salió al escenario en medio del parque donde le esperaba el fotógrafo.

Llevar uno de los nuevos vestidos de la colección para gothic lolitas era todo un honor. Las horas de peluquería y maquillaje habían valido la pena. Tan solo eran un par de fotos para un catálogo de ropa en una revista gótica de Nueva York, pero ser ella quien llevara por primera vez ese vestido, ese lazo, esas botas, era lo que siempre había soñado. Era la primera de entre pocas chicas que había tenido el honor de ver y probar semejante obra de arte.

Le inundó la felicidad mientras posaba para las fotos. Tenía miedo de estar haciéndolo mal, puesto que quería que todo saliera perfecto. Lo importante no era ella, sino su atuendo, pero ahora era la encargada de darle vida al montón de tela. Un montón de tela que pocas querrían probarse, que pocas podrían permitirse y que para algunas, era prácticamente todo lo que tendrían para decirle al muno quiénes eran. Ese vestido representaba a muchas chicas como ella, chicas a las que no les importaba lo que pensara la gente de ellas, puesto que pese a todo, siempre llevarían dentro a esa niña encerrada en su muñeca de porcelana.

El fotógrafo revisó las fotografías realizadas tras unos veinte minutos, y en vista de los resultados, decidió terminar con la sesión. Ella se sintió realizada, importante, orgullosa de sí misma y de lo que era. En su vida, tuvo la suerte de no dejarse influenciar por nadie, y justo en momentos como ese era cuando más satisfecha se sentía de haber luchado siempre por sus sueños.

20 feb 2010

Cadenas blancas

Corrió entre las numerosas columnas de aquella inmensa sala. La estancia era tan grande que no se divisaban las paredes del fondo; era como un bosque nevado constituido por columnas barrocas.
Escuchaba los gritos, pero no la veía. Eran chillidos desgarradores, desesperados y suplicantes. Gritos que manchaban de negro el blanco mármol de la sala. Cuanto más corría, más cerca se escuchaban los alaridos. Después de dar muchas vueltas y perder el rumbo varias veces, divisó un bulto negro a lo lejos. Corrió aún más rápido hacía el ser que le llamaba desesperadamente.
Estaba sentada, frente a una de las columnas. Su largo cabello blanco seguía tan resplandeciente como siempre, pero su piel y su ropa no se encontraban en el mismo estado. El vestido –su preferido– estaba prácticamente todo desgarrado, y las manchas de sangre habían teñido gran parte del tejido negro; incluso las gruesas botas parecían albergar el infierno. Los brazos y piernas estaban llenos de cortes que aún no habían dispuesto de tiempo para cicatrizar, y su rostro tenía las manchas de la sangre que sus dedos habían rozado. Sus colmillos, a pesar de todo, estaban completamente blancos.
Los ojos de la vampira encontraron el rostro del recién llegado, haciendo que su garganta dejara de chillar. Se encogió lentamente, escondió la cabeza tras sus rodillas y empezó a temblar.
-¿Qué te pasa, Evangeline? –preguntó él, preocupado, examinándola con la mirada.
Ella no respondió. Se limitó a encogerse aún más y romper a llorar. Poco a poco, un gran charco rojo brillante cubrió gran parte del suelo que rodeaba la columna. También sus cabellos comenzaban a ensuciarse, dándole la imagen de la muerte a todo su ser.
De repente, su cuerpo comenzó a sacudirse y la vampira volvió a gritar sin control. Esta vez, tan solo eran chillidos acompañados de algunas palabras en latín que él no comprendía. Pasó a retorcerse de dolor, oprimiéndose el pecho, pensando que así, quizá, el dolor abandonaría su cuerpo. Pero ya era demasiado tarde para ella. Unas cadenas blancas que conducían a la nada la tenían atada de pies y manos, impidiéndole ser libre. Él no se dio cuenta de ello hasta que no la observó bien.
-¡Vete! –gritó ella entre agonizantes chillidos.
De pronto, un repentino viento que levantó la cabellera de la vampira dejando ver cómo sus ojos estaban en blanco, empujó al hombre lejos de donde estaba, haciendo que se volviera a perder en aquel bosque sin fin de columnas barrocas. Estaba destinado, al igual que ella. Él debería pasar el resto de sus días buscándola, mientras ella debería pasar la eternidad encerrada en ese infierno teñido de falsa luz.

19 feb 2010

Gotas

Miró al frente. Tan sólo había lluvia. Gotas y gotas de fría agua que comenzaban a resbalarle lentamente por el rostro. No se molestó en sacar el paraguas. Echó a caminar por la húmeda calle y encendió el mini reproductor que llevaba en el bolsillo derecho del pantalón. Subió al máximo el volumen y sintió cómo las primeras notas de As If The World Wasn’t Ending se le metían en la cabeza. Gracioso el nombre de la canción para aquel momento.

Para ella, el mundo sí estaba apunto de terminarse. Era San Valentín, y en esos momentos recordaba todo aquello que le había sucedido; el pasado volvía a ella. No existía el presente. Tan sólo el olvido, la añoranza y el arrepentimiento al no haber aprovechado lo suficiente los pocos días que tuvo. Días que resbalaban en su corazón del mismo modo que lo hacía la lluvia en su ropa. La diferencia entre estas gotas y las que caían del cielo era que las presentes en el interior de su pecho permanecerían ahí dejando una marca de humedad que no podría secar durante mucho tiempo. Demasiado, quizá. Pero ahora a ella sólo le quedaba el recuerdo de aquellos besos y las pequeñas palabras que le había susurrado. Alzó la vista al cielo y se preguntó qué debía estar haciendo él. A saber. Seguramente ya se había olvidado de ella y ahora ni se acordaba de aquellos momentos. Sus momentos. Ni tan siquiera de qué día era.

Unos acordes interrumpieron el desenlace de la canción cuando se aproximaba al final de la calle. Bajó la mirada hacia su bolsillo izquierdo y vio cómo su pequeño teléfono móvil encendía y apagaba su luz acompañado de Before I Forget, incitándola a contestar la desconocida llamada. Tomó el aparato en sus manos y vio su nombre en la pequeña pantalla. Se quitó los cascos y se apresuró a darle al botón verde.

-¿Sí? –susurró con un hilo de voz.

-Soy yo, ¿o ya te has olvidado de mí?

18 feb 2010

Plumas teñidas de negro

Ya no era como antes.

Aquellas plumas del color de la Nada habían adqurido el tono más oscuro que jamás hubiera podido imaginar. Ahora, sus alas estaban habitadas por un profunda noche sin fin que había apartado de su camino el rastro del cielo. Era una oscuridad que ya no se podía limpiar, era demasiado tarde.

Quizá, si no hubiera permitido aquel asesinato y no hubiera disfrutado observándolo como nunca antes lo había hecho, no hubiera fallado. Había pasado de ser un ángel de luz a un pequeño, débil y asqueroso ángel caído rodeado de infinita oscuridad. Tan sólo sentía frío, remordimiento y pena. Ya no podía ver; sentía cómo poco a poco la noche le absorbia el alma, haciéndole olvidar quién era y dejándole únicamente con el recuerdo de la sangre en sus suaves dedos.

El frío y la oscuridad pronto se hicieron con su cuerpo, hasta que no quedó nada de él. Nada, excepto una pequeña y áspera pluma negra que antes había sido blanca.

17 feb 2010

Adiós

-Llegaste tarde.
-Y ella demasiado pronto –susurré.
Apenas noté cómo frías lágrimas comenzaban a nacer lentamente en mis ojos. Intenté tomarle la cara entre mis finos dedos una vez más, queriendo volver a sentir el tacto de su suave piel entre ellos, pero a medio camino me detuve y le miré fijamente a los ojos. Aquellas pupilas que antes me habían mirado reflejando una parte de mí en ellas ahora estaban vacías. No me veían. Tan sólo miraban más allá, a otra persona que no era yo. Porque, al fin y al cabo, yo sólo había sido un pequeño e insignificante engaño de su mente. Alguien que estuvo ahí para hacer bonito sin que me diera cuenta durante un tiempo, hasta que me dijo adiós. En ese largo cruce de miradas perdidas fue cuando me di cuenta de que no era mío, nunca lo había sido y, finalmente, lo iba a perder para siempre.
-Lo siento… -susurró, apartando la mirada.
-No mientas. Aquí la única que lo siente soy yo.
A pesar de todo, a pesar de decirme lo mucho que lo sentía, su expresión no cambiaba. Llevaba ya varios minutos contemplando esa mirada que se mantenía alejada de mi alma, mostrando dureza y comprimiendo sus sentimientos en el interior de su corazón sin permitir que yo pudiera verlos; por eso mismo sabía que no era sincero. Todas aquellas palabras estaban vacías, no eran más que letras ordenadas que carecían de sentido para mí y para él. Poco a poco me di cuenta de que aquello era real, pero no podía terminar de creerlo. Alargué el brazo hasta rozarle la cara y la giré hacia mí para poder leerle la mirada.
-Dime que no me quieres y me iré –dije, notando cómo mis lágrimas habían perdido el control y ahora caían una tras otra sin que yo pudiera impedirlo.
Se quedó muy quieto, mirándome. Le sostuve la mirada, intentando descifrar lo que realmente sentía él. Noté cómo se debatía entre la verdad y la mentira, entre lo que me iba a hacer daño y lo que no. Transcurrieron un par de largos minutos hasta que contestó a mi pregunta. Cerró los ojos antes de decir las últimas palabras que escucharía salir de esos labios que debieron ser míos.
-No te quiero.
Pronunció esas palabras con decisión y alejó su mirada de mi rostro. Lentamente, dejé caer la mano que seguía posada en su cara mientras absorbía el significado de aquellas palabras. Esta vez, fueran palabras envenenadas con un millón de mentiras o no, eran reales y carecían de doble fondo.
-Adiós –susurré, bajando la mirada.
Sentí como sus ojos volvían a enfocarme, seguramente sorprendidos. Entonces, decidí que la última visión que tendría de mí no sería la de una chica rota por su culpa a la que ahora le daba miedo y vergüenza mirarle a la cara. Me enjuagué las lágrimas con las mangas de mi jersey, arrastrando con ellas todas las preocupaciones por quedarme sola y los recuerdos muertos en los que él había sido el único protagonista. Armándome de valor por última vez, alcé la mirada hacia él y sonreí. Él continuó en silencio y su expresión se alteró ligeramente al ver el cambio que había experimentado mi rostro al pasar del desconcierto y la tristeza a la supuesta despreocupación y felicidad. Suspiró y volvió a bajar la mirada. Me agarró del brazo y me atrajo hacia él. Sus brazos me rodearon con delicadeza y dulzura, como quien abraza a un amigo que debe partir para no volver en mucho tiempo. Dejé que me sostuviera así por última vez, a pesar de que mis lágrimas no pudieron seguir escondidas en mis ojos y que todos aquellos recuerdos volvieron a mi mente recordándome que aquellos tiempos ya habían pasado.
-A pesar de todo, no olvides que fuiste alguien importante para mí.
Poco a poco, deshizo la cárcel en la que me encerraban sus brazos y, tras una mirada rápida, dio media vuelta y se alejó, dejándome allí sin saber qué hacer, cómo actuar ni adónde ir.