7 feb 2011

Cartas y mentiras

Un montón de cartas están amontonadas en un rincón de la mesa. "¿Debería destruirlas? Quizá sería bueno guardarlas", piensa Yuki. Las observa de reojo desde su cómodo sillón. Hace apenas dos días que no sabe nada de él, pero ha vuelto a leer todas sus cartas, todas sus mentiras.

Hojas escritas con perfecta caligrafía; podrían engañar a cualquiera. En ellas, cientos de palabras vacías recorren los párrafos que Yuki creía tan reales y perfectos. Miles de letras que no iban dirigidas a ella. Millones de sentimientos falsos escritos de su puño y letra. Cuán fácil resulta mentir a través de una pluma. Repasando las sílabas le venían recuerdos de cómo descubrió su fachada; ¿quién iba a imaginar que lo encontraría con otra, más joven y hermosa? Debió suponerlo desde el principio. No debería fiarse tan fácilmente de quien le jura amor eterno.

Y ahí sigue ella, tranquilamente sentada, cuando encuentra la solución más acertada. Se apodera de papel y pluma y escribe, con perfecta letra digna de encuadernación, una pequeña nota para aquél que había amado. Agarra el montón de cartas y se las lleva con ella a recorrer las frescas calles con aroma primaveral que rodean la casa. Se detiene frente a la gran puerta de madera oscura que muchas veces antes había visto con ilusión. Deja el montoncito y la nueva nota junto a ella. Llama a la puerta. Su huída es rápida, y cuando el muchacho abre la puerta, tan sólo ve un montón de hojas iluminadas por la luz de la Luna. La primera de todas no lleva su firma, pero puede reconocer la de Yuki.

10 ene 2011

¿Pérdida de tiempo?

-¡Mierda! –exclamó la muchacha tras ver la hora en el reloj de pared.

-¿Qué te pasa, Marie?

-¿Has visto la hora que es? –gritó ella, cada vez más temerosa de lo que sus compañeros pudieran decirle al llegar al local- ¡Voy a llegar tarde a mi propio concierto! –respiró hondo y, mientras cogía el bolso, dijo:- Me voy.

-Oh, vamos, cielo, no me puedes dejar aquí solo –se quejó Jack- . ¿Qué hago yo ahora? ¿Ver porno? Quédate, si total, tampoco vas a llegar a nada con ese grupillo de niñatos…

-No son niñatos, Jack. Además, tienen mi edad y tan solo un par de años menos que tú. Te diría que vinieras pero parece que no quieres, así que tú te lo pierdes.

Salió de la casa dando un portazo. Echó a correr escaleras abajo y empujó con fuerza la puerta de la entrada, ya vieja y roída, para salir a la calle. Su moto, recién estrenada, la estaba esperando delante del portal y, rápidamente, se puso su casco rojo y se subió en ella. Faltaban quince minutos para que comenzara el concierto y el local estaba a unos quince minutos también; había un tráfico denso a lo largo de la calle que debía tomar. Como pudo, esquivó los coches que encontró a su paso, la mayoría parados frente a semáforos que no parecían tener la más mínima intención de ponerse verdes.

Faltaban dos minutos cuando llegó a la entrada del local y pudo aparcar la moto. La dejó atrás de un salto y se introdujo en el lugar. Estaba llenísimo de gente; le costó muchísimo escabullirse de las personas que, a su paso, le pedían autógrafos o fotos. Llegó al escenario justo cuando sus compañeros salían del backstage.

-¿Marie? –se extrañó el batería, que fue el primero en salir-. Ya pensábamos que nos habías dejado tirados. ¿Y esos pelos?

-Nada, se me fue el tiempo; no volverá a ocurrir.

Cuando los cinco integrantes del grupo estuvieron en el escenario, la primera canción del setlist comenzó a sonar y todo el público se entusiasmó al instante.

A mitad del concierto, Marie se dirigió al backstage para arreglarse mientras sus amigos tocaban una canción instrumental.
-Ven conmigo.
Jack, su novio, estaba recostado sobre la pared con los brazos cruzados. Parecía enfadado.
-¿Cómo? –preguntó ella, extrañada.

-Te he dicho que vengas conmigo; esta música apesta. Deja de perder el tiempo.

La agarró del brazo y tiró de ella, pero Marie se deshizo de sus garras con rápidez. Aquellas palabras habían hecho que se enfadara de verdad, y no pensaba tolerar más tonterías por parte de su novio.

-Mira, Jack, estoy hasta los cojones de tus tonterías. Si no te gusta lo que hago te aguantas; ¿para qué estás conmigo, si no soportas cómo soy? No hace falta que vuelvas a llamarme.

Dio media vuelta y se dirigió de nuevo hacia la puerta que daba al escenario, pero él la detuvo cogiéndola suavemente del brazo.

-Vamos, nena, no te enfades –su tono autoritario pasó a ser una dulce vocecita más falsa que una canción de Hannah Montana-. Te invito a un café, venga.

Sin girarse siquiera, ella le contestó tajantemente:

-¿No lo entiendes? No quiero volverte a ver, Jack; estoy harta. Hemos terminado.

Salió de la estancia lo más rápido que pudo y regresó al escenario justo a tiempo para comenzar la siguiente canción. Jack, por su parte, se fue del local sin decir nada más a nadie, aunque antes de irse destrozó algunos objetos para desahogarse.

-¿Ha arrancado las cuerdas de mi acústica? –el guitarra solista observó con sorpresa su guitarra, que usaba para ensayar, cuando terminaron el concierto-. ¿Con qué clase de monstruo salías, Marie?

-No lo sé, pero creo que ha sido una buena decisión dejarlo –se rió ella.

Después de un rato de descanso en el backstage, volvieron al interior del local para saludar a las amistades y amigos que habían ido a verlos.

-Perdona, tú eres la cantante del grupo que acaba de tocar, ¿verdad?

Un señor con traje y arreglado, pero con el pelo largo y castaño hasta el trasero, paró a Marie mientras se disponía a ir a saludar al grupo de amigos que la esperaban en la barra.

-Sí –afirmó extrañada.- ¿Quién es usted?

-Soy productor; ¿les interesa, por casualidad, hablar sobre grabar un disco?