22 may 2010

Cartas peligrosas

-Jajajaja! -rió Seth tras leer la carta.

-A mí no me hace ni puta gracia -contestó Lizzy fríamente.

-Oh, vamos, Lizzy, no me digas que te has tomado en serio esta carta tan cómica. Seguro que fue algún niño aburrido o algún subnormal de la clase, puesto que ya no saben cómo divertirse y emplean el método de mandar notas amenazadoras. Tú no te preocupes, nadie te matará si vas mañana al colegio.

-¿Y si es cierto, Seth? ¿y si mañana voy y muero?

-Vamos a ver; cada vez que sales a la calle corres el peligro de morir aplastada por una gran mazeta, de encontrarte con un loco con pistola en mano, de que te atropelle un coche... el mero echo de existir ya es un peligro para ti y el resto de seres vivos. Por lo tanto, si con todo ese peligro continuas saliendo al mundo sin miedo cada día, debes hacer lo mismo en esta situación. Además, si la amenaza fuera real, se la podrían haber currado un poco más, ya que esta carta con papel de libreta es un poco cutre.

-De todos modos, fingiré estar enferma para no asistir a clases mañana, por si acaso.

Pasaron el resto de la tarde charlando sobre otros asuntos. Al llegar la noche, Lizzy se acostó pronto sin dejar de pensar y soñar en lo que podía suceder mañana si iba al colegio. 

El despertador no sonó aquel día. La muchacha se despertó a las once del mediodía y su casa estaba vacía. Bajó a la cocina a por algo para desayunar, y reparó en una postal que había encima de la encimera. Era otra nota del amenazador desconocido.  Se le puso la carne de gallina. ¿Cómo la había podido dejar ahí?
"Buenos días, Lizzy. ¿Cómo has dormido? veo que hiciste caso de mi anterior carta, pero esto no termina aquí, el juego no ha llegado a su fin aún. De hecho, no terminará hasta que te vea muerta, aunque para ello deban pasar ochenta años. No me importa esperar. Lo siguiente que debes hacer es olvidarte de Seth, termina con esa amistad. Hoy."
'Lo que quiere este loco es destruir mi vida poco a poco', pensó ella. No sabía si debía tomarse en serio la nota ni quién era esa persona tan pesada, pero lo que sí sabía era que no pensaba  dejar escapar a Seth de su vida. Él era el mejor amigo que había tenido jamás y el único con el que podía confiar.

A las cuatro y diez, Seth llamó a la puerta de casa de Lizzy. Ella, temblorosa y llorando, abrió la puerta. Abrazó fuertemente a su amigo y él, sorprendido, la abrazó a su vez. 

-¿Qué pasa, Lizzy? -preguntó.

-Hay otra nota, en la encimera de la cocina -contestó entre sollozos.

Seth, en vista de las ganas de caminar que tenía su amiga, la cogió en brazos y la llevó hasta la cocina. La sentó encima de la encimera y cogió la postal que todavía seguía allí. La leyó y la volvió a dejar en su sitio. Miró fijamente a los aguados ojos de Lizzy.

-¿Qué piensas hacer? -preguntó.

-No voy a terminar con esto. Si le hago caso puede que este juego asqueroso no termine nunca. Tengo mucho miedo, y seguramente estas amenazas tan pobres son sólo el principio.

-Puedo quedarme esta noche a dormir si quieres, para que no estés sola.

-Gracias, Seth -respondió con una sonrisa.

El resto de la tarde lo dedicaron a jugar y ver en la televisión un par de películas. Después de cenar, vieron otro largometraje y Lizzy se quedó dormida mientras lo veían. Seth intentó conciliar también el sueño, pero a las dos de la mañana escuchó un ruido que provenía del recibidor. Unos pasos siguieron ese ruido, hasta que Seth los notó tan cercanos que encendió la luz del salón. En la puerta que daba la entrada a la estancia había una persona. Era Gilbert, el empollón de la clase que unos meses atrás se había declarado a Lizzy. Ella le había dado calabazas, y desde entonces apenas asistía a clase. 
Se le veía bastante mal. Su ropa estaba sucia, las gafas ralladas y el cabello se veía despeinado y un tanto asqueroso. En la mano tenía un compás. '¿Un compás? qué hombre más cutre', pensó Seth.

-Vete de aquí, Gil. ¿Cómo has entrado? -preguntó entre susurros para no despertar a su amiga.

-No pienso irme. No te importa cómo he entrado. Ella no hizo caso de mis advertencias, y éste es el resultado. Mejor muerta que sin mí -contestó el intruso con toda la tranquilidad del mundo, aunque se le veía tenso.

-Oye, Gil, debes ir al psiquiátra. Que Lizzy te diera calabazas no quiere decir que tengas que matarla, eso es una escusa muy pobre para consumar tu locura. Sal de aquí y fingiré que no he visto nada.

El interpelado comenzó a caminar lentamente hacia la chica, que dormía profundamente al lado de Seth. Antes de que llegara a su destino, el muchacho le dió una patada que le hizo caer al suelo. Le quitó el compás -que por cierto, era de muy mala calidad- y agarró el teléfono para llamar a la policía. En esto, Lizzy se despertó y emitió un desgarrador grito al ver la escena que se desenvolvía ante sus ojos. Gil se había levantado e intentaba sin existo alguno pegar a Seth. Este último era muchísimo más fuerte, y aunque le costó un poco, lo inmobilizó en el suelo. El absurdo asesino no dejaba de patalear para intentar soltarse, sin éxito alguno. A los quince minutos la policía se presentó en la casa.

Detuvieron a Gil, y Lizzy y Seth fueron a hablar con los agentes. Había demasiados para el simple caso que había tenido lugar. Mientras ella y su mejor amigo explicaban lo sucedido, alguien se situó sigilosamente detrás de Lizzy. Una fría y al mismo tiempo divertida voz le susurró al oido:

-Gilbert era tan solo un señuelo.

Con un rápido movimiento y sin que nadie se percatara de lo que estaba ocurriendo, rajó el cuello de la chica y se alejó lentamente de ella para luego desvanecerse entre la multitud. Seth sintió como el cuerpo de su amiga, que estaba a su lado, caia al suelo lentamente. Pudo ver como sus ojos estaban completamente abiertos y un hilo de sangre resbalaba por su cuello.

-¡Lizzy! -gritó.

La cogió antes de que el cuerpo llegara a tocar el suelo, pero ella ya carecía de vida. Seth la cogió en brazos y miró con sus llorosos ojos a su alrededor para encontrar al causante de aquella desgracia. Alguien sonreía desde la otra acera. El chico dejó a su amiga en los brazos del policía que no paraba de decirle que se calmase y le entregara a la chica para llevarla con la ambuláncia y salió corriendo hacia donde aquella persona se encontraba. Pero cuando llegó al lugar perseguido, ya no estaba. Se había desvanecido tan rápido como la vida de Lizzy.