21 ago 2010

Cenizas

Se queda mirando al fuego que acaba de morir en la chimenea del salón. Pequeñas chispas aún siguen vivas entre los escombros del hogar. Al poco rato, sólo las cenizas siguen en pie luchando por no desaparecer.

Y entonces recuerda todo lo que ha quemado y destruido en su corazón; tantas fotos, palabras, miradas, encuentros, textos. Tantas cosas que poco a poco fueron quedando atrás, en un lejano y segundo plano. Tantas cosas buenas y malas. Por eso mismo decidió destruirlas; adiós a aquel tormento, a aquel peso que le hacía pensar que todo era culpa suya, a aquello que le hizo daño y dejó huella en ella. 

Adiós a todo eso, porque ahora tiene una llama a la que realmente vale la pena alimentar y mantener encendida hasta que escasee la leña. Nuevos recuerdos, fotos, palabras, miradas, encuentros, textos. Nuevos elementos componen el fuego de la chimenea, destruyendo las cenizas que aún persistían de los antiguos retales de su memoria.

Sigue observando aquellos escombros que se acumulan en ese espacio del salón y que están a punto de perderse entre la basura. Con una pizca de nostalgia, recoge esos restos y los tira lentamente a la papelera de la cocina. Tras cerrarla bien, coge las llaves de la casa y pide un taxi que la lleve al aeropuerto en busca de más leña. 

8 ago 2010

Hace dos semanas

Una pluma cae. Un coche arranca, desaparece entre la luz. Unas alas se cortan. Unas partículas de recuerdos se escurren entre los viejos recovecos de aquellas plumas. Un largo suspiro. Un recordar doloroso. Una pausa que no se sabe bien cuánto durará.

Caen más plumas, cada una con un recuerdo distinto. Aquella madrugada, aquella tarde, aquella noche, aquella mañana, aquel atardecer. Todo lo que habían vivido. Cada paso. Cada momento. Cada detalle. Cada encuentro. Un juramento inquebrantable. Una promesa. 

El coche se aleja rápidamente. ¿Volverá? Lo duda. ¿Regresará? Quizá si hay algo que le haga volver. ¿Lo hay? Es posible, pero quizá no es suficiente. Nunca es suficiente. Jamás hay recuerdos suficientes para abastar el espeso plumaje. Todavía hay plumas vacías a la espera de ser llenadas con un nuevo retal del tiempo. Pero deberán esperar pacientes, hasta que las agujas del reloj vuelvan a girar y les permitan seguir con el paso de la vida. De la vida que ella ha elegido. De la vida que van a darle. De las luminosas plumas que alumbrarán su oscuro camino.

Sus ojos divisan, entre las plumas caidas, aquel marchar. Duele. Rompe. Desgarra. Hace sangrar su interior. Pero sabe que es una pausa, un parón en el tiempo. Un doloroso suspiro que aguantará con la boca abierta incluso dos semanas después, dos meses después, dos años después. Incluso cuando no quede nada. Un doloroso suspiro que soportará hasta que deje de tener motivos para hacerlo. Hasta que dejen de quererla.