8 ago 2010

Hace dos semanas

Una pluma cae. Un coche arranca, desaparece entre la luz. Unas alas se cortan. Unas partículas de recuerdos se escurren entre los viejos recovecos de aquellas plumas. Un largo suspiro. Un recordar doloroso. Una pausa que no se sabe bien cuánto durará.

Caen más plumas, cada una con un recuerdo distinto. Aquella madrugada, aquella tarde, aquella noche, aquella mañana, aquel atardecer. Todo lo que habían vivido. Cada paso. Cada momento. Cada detalle. Cada encuentro. Un juramento inquebrantable. Una promesa. 

El coche se aleja rápidamente. ¿Volverá? Lo duda. ¿Regresará? Quizá si hay algo que le haga volver. ¿Lo hay? Es posible, pero quizá no es suficiente. Nunca es suficiente. Jamás hay recuerdos suficientes para abastar el espeso plumaje. Todavía hay plumas vacías a la espera de ser llenadas con un nuevo retal del tiempo. Pero deberán esperar pacientes, hasta que las agujas del reloj vuelvan a girar y les permitan seguir con el paso de la vida. De la vida que ella ha elegido. De la vida que van a darle. De las luminosas plumas que alumbrarán su oscuro camino.

Sus ojos divisan, entre las plumas caidas, aquel marchar. Duele. Rompe. Desgarra. Hace sangrar su interior. Pero sabe que es una pausa, un parón en el tiempo. Un doloroso suspiro que aguantará con la boca abierta incluso dos semanas después, dos meses después, dos años después. Incluso cuando no quede nada. Un doloroso suspiro que soportará hasta que deje de tener motivos para hacerlo. Hasta que dejen de quererla. 

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